El premio Pulitzer Mark Mazzetti en La Guerra en las sombras. Cómo la CIA se convirtió en una organización asesina parte de dos supuestos que quizá en algunos momentos no aparezcan lo suficientemente matizados.
El primero (en la página 187 de la edición española de Crítica): "La CIA consigue lo que que quiere"; el segundo: hasta las administraciones Bush y Obama, la CIA no asesinaba.
El primero (en la página 187 de la edición española de Crítica): "La CIA consigue lo que que quiere"; el segundo: hasta las administraciones Bush y Obama, la CIA no asesinaba.
Mark Mazzetti |
El segundo, el que la CIA no asesinaba, en el libro de Tim Weiner (anteriormente reseñado y muy recomendable) se ve cómo a lo largo de su historia se ha dividido entre un ala de inteligencia y otra que apostaba por el sabotaje, el asesinato, los sobornos... desde los comienzos de la Agencia en la II Guerra Mundial con Wild Bill Donovan y la OSS.
¿Vale una de las muy bien escogidas citas con que Mark Mazzetti abre cada capítulo: "Control siempre había abogado porque el buen trabajo de inteligencia fuera gradual y descansara en una especie de delicadeza. Los matones eran la excepción a su norma. No eran graduales ni tampoco delicados...". John Le Carré, El Topo? A medias, en la CIA siempre ha existido la tensión e incluso el conflicto entre los que ven su negocio como el de analistas de lo que sucede y los que creen que deben crear ellos mismos los sucesos. Conflicto no resuelto, ni en el interior de la Agencia ni en el Gobierno.
Estos dos reparos, no significa que no los contemple, Mazzetti, que ahonad muy bien el conflicto entre los hombres de acción y los analistas; entre embajadores y espías, pero conviene completar esta historia de la CIA con otras como la de Weiner o las que el propio periodista cita en la bibliografía.
El libro de Mazzetti se centra en las administraciones Bush y Obama: en las cárceles y en los interrogatorios que incluyen la tortura y en el paso de estos al asesinato, generalmente por drones.Tanto en Pakistán y en Afganistán, países en los que se centra, como en el resto del mundo. También en las relaciones entre la CIA y las otras agencias de inteligencia, especialmente el ISI paquistaní: cómo ha evolucionado la relación, los equívocos que la han envenenado hasta que Estados Unidos decide aplicar las Reglas de Moscú (funcionarios de este país siempre habían sospechado que sus contactos con los talibanes eran mayores de los que decían, como mostró el escondite de Ben Laden, mientras que los paquistanís, cuando la atención de Estados Unidos se centra en Iraq temen un Afganistán dominado por la India o Pakistán, como ya ocurre, en zonas dominado por los talibanes paquistaníesI
y se produce el caso Raymond Davis, que abre y cierra el libro de Mazzetti
¿Por qué el uso de los drones y no los interrogatorios? "Matar por control remoto era la antítesis del sucio e íntimo trabajo de los interrogatorios. De alguna manera, parecía más limpio y menos personal [...] Después del asesinato de Nek Muhammad en Pakistán -cometido justo un mes después de la finalización del informe de John Helgerson-, la CIA comenzó a ver su futuro no como el de carceleros a largo plazo de los enemigos de Estados Unidos, sino como una organización militar que podía borrarlos del mapa". El informe de John Helgerson, del año 2004, "descartaba las bases en las que había descansado el programa de la CIA de detención e interrogatorio, y planteaba cuestiones sobre si los agentes de la CIA podían enfrentarse a acusaciones criminales por los brutales interrogatorios llevados a cabo dentro de la red de cárceles secretas de la agencia". Al llegar Obama, por tanto, las cárceles y los interrogatorios cuanto menos eran un asunto espinoso: como explicaba un agente de una operación en Somalia cuando asesinaron a Saleh Ali Saleh Nabhan, al fallar los misiles, los SEAL lo mataron: "no lo capturamos porque hubira sido muy difícil encontrar donde llevarlo". Sin embargo, se dieron un par de factores (o tres) decisivos para la intensificación de los drones: la Agencia contó con "el director más influyente desde William Casey durante la administración Reagan" (se trataba de Leon E. Panetta, y a principio a los agentes les pareció la elección más improbable, como el enemigo en casa) y, por otro lado, en un EEUU agotado por las guerras de Afganistán e Iraq, Obama, en la defnición de Brennan, apostó porque su país "podía utilizar un bisturí en lugar de un martillo para llevar la guerra más allá de las zonas de guerra". El tercer factor, más difícil de valorar, es el hecho de que Obama ha sido el primer presidente "lo suficientemente joven para que la guerra de Vietnam no estuviera en el centro de mi desarrollo", como le confesó al perioidsta Bob Woodward.
Para la campaña de la reelección de Obama (Mitt Rommney explicó que él continuaría los ataques con drones) en 2012, el Presidente intentó implementar normas claras para la utilización de los drones, ya que "las preguntas fundamentales sobre quién podía ser asesinado, en qué lugares y cuándo, aún no se habían contestado". Sin embargo, una vez reelegido "decayó el esfuerzo por aportar claridad a las guerras secretas".
Mark Mazzetti ha escrito un libro de gran atractivo, en el que además de antecedentes con el interés añadido para el lector de que no se queda en los fríos datos, sino que vamos conociendo de la mano de algunos de los protagonistas sobre el terreno, no quienes ocupan los titulares, cómo se ha llegado, no solo a las cárceles secretas y los drones, sino a asesinar a norteamericanos -terrorista uno, inocente otro- y a la externalización -privatización- de la guerra en Estados Unidos: Raymond Davis fue Blackwater, conocemos la historia de la norteamerican convertida al Islam Michelle Amira Ballarin, contratada en Somalia y que veía como una cruzada en defensa del sufismo acabar con el wahabismo. Y así muchos otros como Michael Furlong o Dewey Clarridge.
y se produce el caso Raymond Davis, que abre y cierra el libro de Mazzetti
¿Por qué el uso de los drones y no los interrogatorios? "Matar por control remoto era la antítesis del sucio e íntimo trabajo de los interrogatorios. De alguna manera, parecía más limpio y menos personal [...] Después del asesinato de Nek Muhammad en Pakistán -cometido justo un mes después de la finalización del informe de John Helgerson-, la CIA comenzó a ver su futuro no como el de carceleros a largo plazo de los enemigos de Estados Unidos, sino como una organización militar que podía borrarlos del mapa". El informe de John Helgerson, del año 2004, "descartaba las bases en las que había descansado el programa de la CIA de detención e interrogatorio, y planteaba cuestiones sobre si los agentes de la CIA podían enfrentarse a acusaciones criminales por los brutales interrogatorios llevados a cabo dentro de la red de cárceles secretas de la agencia". Al llegar Obama, por tanto, las cárceles y los interrogatorios cuanto menos eran un asunto espinoso: como explicaba un agente de una operación en Somalia cuando asesinaron a Saleh Ali Saleh Nabhan, al fallar los misiles, los SEAL lo mataron: "no lo capturamos porque hubira sido muy difícil encontrar donde llevarlo". Sin embargo, se dieron un par de factores (o tres) decisivos para la intensificación de los drones: la Agencia contó con "el director más influyente desde William Casey durante la administración Reagan" (se trataba de Leon E. Panetta, y a principio a los agentes les pareció la elección más improbable, como el enemigo en casa) y, por otro lado, en un EEUU agotado por las guerras de Afganistán e Iraq, Obama, en la defnición de Brennan, apostó porque su país "podía utilizar un bisturí en lugar de un martillo para llevar la guerra más allá de las zonas de guerra". El tercer factor, más difícil de valorar, es el hecho de que Obama ha sido el primer presidente "lo suficientemente joven para que la guerra de Vietnam no estuviera en el centro de mi desarrollo", como le confesó al perioidsta Bob Woodward.
Para la campaña de la reelección de Obama (Mitt Rommney explicó que él continuaría los ataques con drones) en 2012, el Presidente intentó implementar normas claras para la utilización de los drones, ya que "las preguntas fundamentales sobre quién podía ser asesinado, en qué lugares y cuándo, aún no se habían contestado". Sin embargo, una vez reelegido "decayó el esfuerzo por aportar claridad a las guerras secretas".
Mark Mazzetti ha escrito un libro de gran atractivo, en el que además de antecedentes con el interés añadido para el lector de que no se queda en los fríos datos, sino que vamos conociendo de la mano de algunos de los protagonistas sobre el terreno, no quienes ocupan los titulares, cómo se ha llegado, no solo a las cárceles secretas y los drones, sino a asesinar a norteamericanos -terrorista uno, inocente otro- y a la externalización -privatización- de la guerra en Estados Unidos: Raymond Davis fue Blackwater, conocemos la historia de la norteamerican convertida al Islam Michelle Amira Ballarin, contratada en Somalia y que veía como una cruzada en defensa del sufismo acabar con el wahabismo. Y así muchos otros como Michael Furlong o Dewey Clarridge.
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