«Las ovaciones que acogieron la
concesión del Oscar de 1940 a
Ginger Rogers por Espejismo de amor (Kitty
Foyle) fueron de las más unánimes y espontáneas que recuerda la historia de
esta pintoresca recompensa. El Hollywood
Reporter recogió la profunda emoción de la actriz, quien acudió al evento
acompañado por su madre, como solía […] Todos sabían que Ginger había luchado
arduamente para ser reconocida como actriz dramática, después de haber
alcanzado la fama como pareja de Fred Astaire en una serie de traviesos
musicales de la RKO».
Ginger Rogers, de la que
celebramos su centenario, no fue la actriz más dotada para el drama, pero
participó en alguna tan importante como Damas
del teatro (Gregory La Cava,
1936) y protagonizó otras como Te volveré
a ver (William Dieterle, 1944), mi favorita de las suyas; en la comedia se
encontraba mucho más cómoda: otro Gregory La Cava (La
muchacha de la Quinta Avenida,
1939), un Wilder (El mayor y la menor, 1942); y hasta actuó como secundaria de
lujo el film noir de Nunnally Johnson, La viuda negra, del año 1954. Un par de
años después de Me siento rejuvenecer (Howard Hawks), donde resulta
divertidísima como la esposa de Cary Grant, aunque la crítica la maltratara, a
ella, no a la película. Por dos o tres motivos: el primero puramente machista:
se la consideró vieja para el papel; el segundo, Cary Grant: solamente Rosalind
Russel en Luna nueva, Katherine Hepburn (siempre) o Irene Dunne en La pícara puritana alcanzan como
comediante al actor británico cuando se trata de una comedia screwball; en
tercer lugar, una jovencísima Marilyn Monroe y un robaplanos inigualable como Charles
Coburn.
Pero Me siento rejuvenecer no defraudará a los amantes de la screwball:
solamente los nombres de los guionistas provocan vértigo: Ben Hetch (Luna nueva, Primera Plana), Charles
Lederer (Los caballeros las prefieren rubias) e I.A.L. Diamond, coguionista de
la última y prolífica etapa de Billy Wilder (Con faldas y a lo loco, El apartamento, En bandeja de plata…).
Aristocracia de Hollywood, como también los es su director, Howard Hawks, quien
para los cinéfilos de otras generaciones el “O Ford o Hawks” venía a ser como
“de los Beatles o de los Rolling Stone”.
Aquí, como en la mejor comedia de
los años 30 y 40, presenta un mundo al revés, carnavalesco, como en Fiesta de
Serrat (donde una mujer en una sociedad machista era atrevida y el hombre
apocado; donde el pobre por unas horas se convertía en el rico; el santurrón en
un fauno…): ¿existe alguna distancia entre el profesor que interpreta Cary
Grant en La fiera de mi niña y el
científico de Me siento rejuvenecer?
En la primera el ciclón Katherine Hepburn; en la segunda, un mono con una
habilidad especial para mezclar pócimas cual cóctel y encontrar la fórmula de
la eterna juventud; en la anterior un leopardo llamado Baby; en esta un mono;
en Su juego favorito un oso. La grandeza de un cine clásico que con apenas
variaciones de una película a otra entregó durante un par de décadas gran
cantidad de obras maestras… que, como el propio Hawks reconocía, se agotaron no
las ideas, sino el carisma de los actores. No es este el caso: cuando en
Hollywood ya triunfaba la comedia conservadora que asociamos a Doris Day, el
maestro todavía entregaba filmes como este y que Garci definió como esas
películas donde uno descubría que como fuera de casa en ningún sitio…
Ojala la Filmoteca se anima a
pasar las películas dirigidas por Mark Sandrich y protagonizadas por Fred
Astaire y Ginger Roger y la música de Gershwin, Cole Porter o Irvin Berlin
Terenci Moix, cuya cita comienza
este artículo, escribe sobre Me siento
rejuvenecer: «El filme evidenció cruelmente el paso del tiempo cuando
Ginger veíase obligada a retroceder a la infancia…». Evidentemente ya no volaba
en brazos de Fred, aquello fue pura magia, irrepetible incluso cuando Astaire
actuaba en otras películas con mejores bailarinas como Cyd Charisse, pero Me siento rejuvenecer (o Monkey business en original, que lo
prefiero) continúa como una cima de la comedia. Aunque la pareja no sea Ginger y Fred, como titulaba Fellini, y
a la que homenajean en la francesa The
Artist en uno de los planos finales más emocionantes del cine
contemporáneo.
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