«El viejo revolucionario trabaja,
pues, a mayor gloria del gran capital del que abomina, pero, lejos de bajar el
tono de sus proclamas, se siente —por su larga trayectoria socialista y su
indiscutible superioridad ideológica— lleno de razón para reprochar, pongamos
por caso, a un traductor mileurista de izquierda su contribución a la
derechización del mundo por verter al castellano una obra de Solzhenitsin»,
escribe la ensayista Irene Lozano.
Desde las alturas (a la derecha
del Padre), al igual que el Magistral miraba a los vetustenses… como insectos,
contemplan a los que no les han regalado el voto e ironizan con la prima de riesgo
y los dos minutos que le han dado a Rajoy para llevar a cabo su programa. La
táctica no es nueva: hace unos meses la utilizaron con IU… y tan bien les ha ido
que en cuatro años tal vez sorpasso no
se quede en una expresión que apenas se atreve a verbalizar la otra izquierda.
Lo que no hace el PSOE es
autocrítica: reconocer que la inmensa mayoría de los españoles no tiene un «gen
popular» (tampoco socialista): unos se han cansado de que nuestros políticos socialistas arruinaran
la economía; otros de que las desigualdades entre españoles aumentaran en estos
ocho años; los menos de la falta de valentía en asuntos como la relación
Iglesia-Estado… Pero, a cada uno, le ha irritado sobremanera la desfachatez con
que anunciaban al lobo de la derecha cuando ha sido el Partido Socialista (8 +
12) el que ha aprobado la mayoría de las leyes (o no aprobado: si hubieran
aceptado la recomendación del Consejo de Estado para la reforma de la Ley Electoral, el PP gobernaría
con UPyD o en minoría) que van a permitir a Rajoy realizar su programa, oculto
o no, sin necesidad de mancharse las manos: ya lo hizo el PSOE.
Como titula Anna Grau en Cuarto
Poder: «Pa chulo yo que
soy del PSOE, y pa pegarte mi hermano». En esto ha quedado un
partido y un ex Presidente que fue la esperanza de Europa (Sabina Guzzanti le
dedicó el documental Viva Zapatero).
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