"Touche pas à mon pote!" lo han recuperado los jóvenes estudiantes franceses cuando su Ministro de Interior, de origen español y que quizá mejor que nadie debiera ser capaz de meterse en la piel de otros decidió expulsar al menos a dos estudiantes que estaban en el país ilegalmente: uno de ellos, una niña kosovar -gitana, etnia contra la que el Ministro de Interior, al ver cómo el partido de Le Pen puede situarse como el más votado del país, ha decidido culpabilizar. Y hay que decirlo: 7 de cada 10 franceses defiende su gestión- de 15 años. El otro estudiante expulsado, un joven armenio de 19 años, que no ha hecho el servicio militar obligatorio en su país por lo que podría ir a prisión.
Manuel Valls, el Ministro del Interior, resulta que es con diferencia el más popular del impopular gobierno Hollande y la mayoría de los franceses, aunque pueda rechazar la expulsión de la niña, comparte la mano dura con la inmigración ilegal.
Europa ha perdido atractivo, casi todo su atractivo; el miedo a la inmigración es una de las claves del auge de partidos populistas que tendrán gran presencia en el próximo Parlamento Europeo. Tarde y mal, la Comisión Europea intenta rebatir estas ideas. Por ejemplo, en un informe publicado esta semana: solo el 1% de la población comunitaria vive sin trabajar fuera de sus países, y de estos un 13% son estudiantes.

Una causa justa puede tener enemigos dentro de las mismas filas de los que la promueven -en el caso de SOS Racismo, formada al principio por jóvenes musulmanes, otros jóvenes musulmanes de los mismos barrios: la Unión de Jóvenes Musulmanes; enemigos que deberían ser sus amigos -los trotkistas de los 80 y 90 veían los eslogan, las chapas, el buenrollismo como una excrecencia propia de la izquierda burguesa y descubrieron a los islamistas "se trataba de un enfoque sociológico, no ideológico. Centrado en la clase social, no en las ideas. Tal vez el islamismo fuera espantoso, entendido desde todo punto de vista normal de la izquierda. Sin embargo, visto sociológicamente, los islamistas parecían protagonizar una revolución proletaria. Un movimiento desde abajo", Paul Berman), amigos aprovechados que buscan al fin y al cabo su propio interés (el lavado de cara de dirigentes del Partido Socialista que lo convirtieron precisamente en la "el pin buenrrollista" que criticaban los trotkistas)y que no solucionó, en este caso, el problema de los barrios pobres donde campan de la mano discriminación y violencia.
La expulsión de dos estudiantes de Francia, la indiferencia con que todos asistimos a las muertes de Lampedusa... "Touche pas à mon pote!": ha vuelto a escucharse en las calles de Francia. Ojalá resuene en otras muchas de Europa ahora que la Europa oficial -Europa más que nada es Francia y se deriva de su Ilustración- que acogió a Manuel Valls ha decidido luchar contra el fuego con el fuego: contra los partidos racistas sumándoles el racismo del suyo. "Touche pas à mon pote!".
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